La Verdad sabida y buena fe guardada. Origen de la espantosa revolución de Nueva España comenzada en 15 de septiembre de 1810.
Defensa de su Fidelidad.
Nunca es apreciable el escritor público que cuando se expresa con sencillez y verdad. La Nación española aventajaría mucho en las circunstancias presentes con la libertad de la imprenta, si todos siguiesen esta máxima; pero por desgracia tenemos que leer hoy un papel con la desconfianza de que mañana saldrá otro desmintiéndolo. El Gobierno a la vista de esto apenas puede dar un paso que no sea con el recelo de verse engañado. La Nación misma deseosa de que se premie al bueno y se castigue al malo, se halla metida en una embrolla que no le permite ni aun juzgar con acierto por los resultados.
Todo esto ha provenido, dicen algunos, de la opresión en que hemos vivido sin la libertad de la imprenta: convengo en ello, sin dejar por eso de replicar, que en el día la tenemos, y por cierto que muchos escritores titubean para decir con aire la verdad. Digámosla, españoles, caiga quien cayere… mas que por ella suframos todos los efectos de la vil intriga, como la patria logre la instrucción que necesita para caminar con acierto en sus deliberaciones.
Bajo de este concepto voy a manifestar unos sucesos, que por no haberlos dado a luz en tiempo del gobierno Central han causado daños incalculables a la Nación. Ignorante ésta de cuanto pasó en la Nueva España el año 1808 se le hace presumir en el día de diversos modos sobre la rebelión comenzada el 15 de septiembre de 1810. Ve correr allí la sangre disputando la independencia con las armas en la mano, sin saber el origen de esta escena, en un pueblo el más inocente, el más noble y recomendable que se conoce sobre la tierra.
Sí, españoles: en este estado os hallais: siendo el pueblo mexicano el mejor del mundo en cuanto a su modo de pensar hacia el Rey y la metrópoli, veis que este mismo pueblo ayuda a la ejecución de un decreto de exterminio contra todo europeo. Veis al mismo tiempo que este es ayudado y protegido para perseguir a los rebeldes por el propio pueblo mexicano. ¡Qué contraste! ¡Patricios los cabezas de la rebelión, y Patricios metidos entre las filas de Europeos para contrarrestarla! ¡Qué pasaje de nuestra historia, tan difícil de desempeñar al que la escriba, si carece de los datos verdaderos del origen que tuvo esa cruda desavenencia!
Él ocurrirá acaso al Español, escritor en Londres: sus cuadernos le autorizarán para probar que los sucesos de 1810 fueron consecuencia de la premeditada idea que reinaba mucho tiempo había en los corazones de los hijos de aquel país. Escribirá, reflexionará, y resultará ultrajada la fidelidad de los mexicanos. Trescientos años de su constante unión con la metrópoli serán confundidos bajo un solo rasgo de su pluma, y copiándose los escritores unos a otros, volará por todas partes la negra mancha contra un pueblo inculpable, sin serlo tampoco el escritor, y solo los coetáneos de los sucesos, por no escribirlos en tiempo y con verdad.
Ved aquí lectores, cuantos y cuan poderosos motivos me obligan a tomar la pluma como testigo de vista y como buen ciudadano. La España para el acierto en sus deliberaciones: La Nueva España para que su honor no resulte vulnerado por un cortísimo número de hombres que se dejaron seducir; y nuestra historia para que haga justicia a quien la merece, refutando especies de escritores poco instruidos en las materias que tocan.
Tal me lo ha parecido el Español, escritor en Londres, cuando habla en su cuaderno 4º de la Nueva España: prescindo por ahora de la falta que se nota en conocimientos geográficos: del ultraje que hace a los indios, &c. y me contraigo solo al punto de mi cuestión.
Dice a la página 285, que existía en la Nueva España la disposición a la independencia desde el tiempo que estuvo allí el Barón de Humboldt. No hemos andado muchos pasos para encontrar motivos poderosos de escribir lo que hemos visto, y probar la necesidad de hacerlo. El Baron de Humboldt fue a la Nueva España por los años de 1803 a 1804. No pasó de Guanajuato, 88 leguas de México. Cuando llegó ya yo llevaba 14 años de haber recorrido la mayor parte de las provincias por el dilatado espacio de más de 700 leguas tierra adentro. Había vivido asiento en algunas poblaciones grandes de gente ilustrada, y ni a ésta ni a la masa del pueblo le oí jamás especie alguna que tocase a independencia.
Si me quereis decir que Humboldt iba en edad propia para reflexionar, os diré que era más joven que yo: si le quereis dar mas sagacidad para comprehender el espíritu del pueblo, os responderé lo que él me dijo al entregarle los apuntes de la provincia de San Luis Potosí sobre las diversas castas, genio, costumbres, &c.: Amigo, estas menudencias no las puede conseguir un extranjero… En efecto, sus conexiones nunca podían ser tan extensas e íntimas con el pueblo como las mías. Yo había sido comerciante, labrador, minero, &c. había tenido varias comisiones de los virreyes, entre ellas la de prender a los franceses en tiempo de su revolución, y examinar las correspondencias con los españoles, en ninguna de estas averiguaciones hallé el más mínimo indicio de libertad e independencia tan familiarizada en aquellos tiempos.
Así pues, si el Barón de Humboldt oyó esa expresión a alguna persona del reino de México, no prueba que estuviese el pueblo imbuido de esas ideas, como justamente supone el Español; lo más que puede haber dicho Humboldt es que habló a una, dos o tres personas que deseaban, o hablaban con algun interés de la independencia. ¿Y por tres, seis o diez personas se ha de llevar de encuentro la opinión de seis millones de habitantes? ¿Y porque ahora cuatro revoltosos hayan movido los ánimos de algunos buenos ciudadanos, se ha de suponer que son efectos de una antigua deliberación? He aquí la embrolla que dije al principio: he aquí confundido el bueno con el malo por no publicarse en tiempo los sucesos con el sello de la verdad. Los intereses de una docena de hombres prevalecen por el silencio sobre la conducta fiel de millones de habitantes que no tenían en su corazón más objeto que Dios y el Rey; * ¡Qué responsabilidad! ¡Qué injusticia del que sabe las cosas y las calla por miramientos o por temor!
Lejos de mí semejante preocupación: veinte y dos años que he vivido entre aquellas amables gentes, demandan que las defienda a la faz de la Europa: seré por ahora censurado de algunos; pero la posteridad me hará la justicia debida.
“En un pueblo a 50 leguas de México se suscitó una gran quimera entre el Cura y el Subdelegado: llegó a tales términos, que uno y otro hicieron reunión de gente armada de garrotes, y se presentaron en la plaza cada uno con su numerosa partida, para ver cuál de los dos se había de entregar preso. El Cura traía de su segundo a un tal Bracho, mulato temible en aquel pueblo por sus hazañas. En él libraba toda su confianza para salir con aire de la empresa. Acercáronse los dos ejércitos, y los vecinos de carácter veían inútiles sus esfuerzos para evitar la batalla… Al tiempo de ir a romper grita el Subdelegado: –Favor al Rey. Bracho se pasa de un brinco al lado del Subdelegado diciendo: Ese es mi padre…. Se sorprende el Cura y grita: –Favor a la Iglesia: –Esa es mi madre, dijo Bracho, pasándose al lado del Cura.
Los dos competidores al observar esto se avergüenzan mutuamente, y abandonan el campo de batalla con universal contento de los espectadores: hacen las amistades, y protegieron de acuerdo al Bracho en su oficio de Curtidor. Yo mismo le hice pregunté pasado mucho tiempo del lance: ¿por qué había hecho aquello? y me respondió: -Señor, contra nuestro Dios y nuestro Rey no se puede pelear… He aquí el estado de la Nueva España en 1807.”
“Defensa de la Nueva España” Juan López Cancelada.