Causas orográficas
Poco espacio le queda en su artículo para el análisis de las causas orográficas, como él las llama. Sin embargo, en tan poco espacio es mucho lo que dice. Empieza por asentar el valor de lo que con orgullo denomina «nuestra raza mestiza», la gran protagonista de esta historia. «Nuestra raza mestiza», no es otra que la que allí sembró España, llevada de su instinto cristiano y evangelizador; instinto nada racista. Un auténtico cristiano no puede serlo. Esto supuesto, es evidente, dice Vasconcelos que, «entre lo que fuimos y lo que somos hay un abismo»; no ya entre lo que tuvimos y lo que tenemos. El problema que analizamos es más hondo, toca al ser, no sólo al tener. Pues bien, presentado así el problema, se le han buscado también soluciones. Nos dice Vasconcelos:«Se ha adoptado la explicación más fácil, porque es de la prueba más difícil. Se ha atribuido a nuestra raza mestiza el origen del fracaso. Por eso en los países del norte se evitó el mestizaje».
Nada de eso, responde Vasconcelos. Ni el mestizaje se evitó en los países del Norte or esa razón de evitar el fracaso sino razones de tipo racista; ni el mestizaje fue el origen del fracaso, ni mucho menos. El mestizaje, en efecto, ha sido siempre fecundo en la historia, como es fácil comprobar:
«Los pensadores de hoy que han logrado investigar a fondo el problema racial, se inclinan más bien a hacerlo a un lado, puesto que el mestizaje ha sido fecundo en la historia. Grecia es el primer caso de mezcla de sangres nórdicas con raza orientales y España misma, la de la Reconquista, era una mezcla fecunda de las mejores razas europeas, semitas y africanos».
No, «nuestra raza mestiza». Todo lo contrario. Hay otras causas: «El panorama moderno de la sociología nos revela causas más profundas que las étnicas». Entre esas causas, la orografía: «Serranías y montañas nunca han sido morada ni base de un pueblo importante, mucho menos de un Imperio. La montaña es enemiga del hombre». Así nos lo explica Vasconcelos:
«Quien contemple el Mapa Mundi habrá de darse cuenta de que aquellas regiones manchadas de oscuro, que representan serranías y montañas, nunca han sido morada ni base de un pueblo importante, mucho menosde un Imperio. La montaña es enemiga de hombre. La civilización se desarrolla en las llanuras, a orillas de los ríos y sobre los puertos de mar. Atenas tenía cerca al Epiro. Roma estaba próxima al mar y lo mismo puede decirse de Londres y de París, de Nueva York y Buenos Aires. Egipto no se desarrolla sino hasta que se acerca a la delta del Nilo para ver que lo superan los fenicios, que se atrevieron a lanzar flotas al mar».
Pues bien, hemos de reconocer que «a nosotros nos faltó -prosigue Vasconcelos- un gran centro marítimo; nuestras provincias, repartidas en nudos montañosos, se mantuvieron alejadas del mundo por el desierto y la lejanía, influyendo aún en nuestro temperamento, que se ha vuelto reservado y particularista». Hay que reconocer esta realidad. Pero ¿esta realidad, esta causa orográfica, la montaña enemiga del hombre influyó en nuestra decadencia? Nos sorprende Vasconcelos con su respuesta , con lo que deja la puerta abierta, por contraste, a una reflexión más profunda. En efecto, ante la premisa que ha planteado, sorprende la conclusión que saca. Dice así:
«Sin embargo las montañas no nos impidieron ser nación mundial, cuando formábamos parte del poderío de España. Ahora nuestro futuro depende de que llegue a bombardearse hacia el altiplano el agua del mar, previamente purificada para usos agrícolas».
Extraña conclusión, repito. Si la montaña es enemiga del hombre, si la civilización se desarrolla en las llanuras, ¿por qué con España no? ¿Por qué «las montañas no nos impidieron ser nación mundial, cuando formábamos parte del poderío de España» ¿Estará la explicación en una reflexión más profunda, que se esconde en las últimas palabras, que a continuación escribe Vasconcelos y con las que pone punto final a su artículo? Dicen así:
«Pero esto no modifica la defensa que hice de nuestra raza, en alguna ocasión memorable para mí».
«Nuestra raza mestiza». Aquí está en definitiva la explicación, en «nuestra raza», la «raza mestiza»; que en ocasión para él memorable defendió. Esa «nuestra raza» la lleva en el corazón y en ella encuentra el secreto de la grandeza de su patria. La raza mestiza, la raza que allí sembró España. Esa raza mestiza -nótese bien- estaba impregnada de catolicismo, en un grado verdaderamente admirable y hoy hasta incomprensible. El mestizaje fue exactamente lo contrario del racismo; tiene su origen y su explicación en la visión católica del hombre. Aquí está -nos dice Vasconcelos- la raíz profunda de donde brotó ls grandeza de los pueblos de hispanoamérica: «nuestra raza». Quitada, arrancada esta raíz, lo más contrario al racismo, es lógico, es obligado, que el árbol, por frondoso que sea, se seque. Detengámonos aquí. Desde esta óptica, sólo desde esta óptica se puede valorar lo que suponía para Vasconcelos el hecho de que los pueblos hispanoamericanos se dejaran dominar por una propaganda que les llevaba a renegar de su antigua Metrópoli para aceptar sumisos la penetración anglosajona en lo económico y en lo espiritual; y «cooperar con los planes anglosajones de destrucción de todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación». Era arrancar la raíz misma que dio origen a «nuestra raza», cuya defensa hizo, en ocasión memorable para él, y seguía haciéndola.
Causas sociales y religiosas
Lástima que se interrumpiera aquí definitivamente la publicación del artículo y nos privara de sus reflexiones sobre las causas sociales y religiosas, sin duda las más interesantes y decisivas. Decía Donoso que detrás o en el fondo de todo acontecimiento político hay un acontecimiento religioso y desde luego social. Esto nos da esperanza, porque de lo que acaba de decir Vasconcelos sobre las causas políticas que más han influido en la decadencia y desfase histórico de Hispanoamérica, podemos con fundamento deducir algo de lo que nos hubiera dicho sobre las causas sociales y religiosas de esa decadencia. Las causas políticas derivan y se apoyan en las causas sociales y religiosas. Cuando Vasconcelos nos dice que la causa política más decisiva fue la «penetración anglosajona en lo económico y en lo espiritual, mediante un liberalismo que, por un lado, nos distraía con la lucha religiosa, mientras, por otro, acaparaba la dirección y el usufructo de los recursos nacionales»; clarísimamente nos está diciendo que la causa social y religiosa, no podía ser otra que el capitalismo en lo social y el liberalismo en lo religioso. Más adelante insiste en señalar como causa política de esa pérdida, la aceptación del «Programa Imperialista que empujó al pueblo hacia la cooperación en los planes anglosajones y la destrucción de todo lo hispano en beneficio de la nueva situación» con la promesa de «crear hombres libres»; con lo que nos está señalando también clarísimamente cuáles son las causas sociales y religiosas, el capitalismo -fomentado y dirigido desde el vecino del Norte- y el liberalismo, concentrado en una persecución religiosa larvada y camuflada, bajo la etiqueta de «destruir todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación» y «renegar de la antigua Metrópoli» «Destruir todo lo hispánico», ¿qué puede significar esto? Si por algo se caracteriza «lo hispánico», a fuer de católico, es precisamente por esto, por ser todo lo contrario del capitalismo (en el sentido peyorativo de la palabra) y del liberalismo. Y la razón es clara. El liberalismo tiene su origen en J. J. Rousseau; y desde luego Rousseau es su modelo más conocido e influyente. Y el capitalismo moderno tiene su origen en la concepción calvinista de la salvación. Nada más lejos, ambas cosas, de la concepción católica de la economía y de la política y, por consiguiente, de lo «hispánico». Destruir lo hispánico a beneficio de la nueva situación es simplemente destruir lo católico. Ahora se comprende el profundo significado social y religioso de esa frase incorporada al programa imperialista de Poinsett. Liberalismo y capitalismo moderno o capitalismo liberal: he aquí las causas, he aquí el enemigo. No busquemos más. Agradezcamos al gran pensador mexicano su gallardía y sinceridad al enfrentarse abiertamente al problema y llamar a cada cosa por su nombre. ¿le haremos caso? ¿Le harán caso los pueblos hispanos? Una garantía valiosísima de acierto en este análisis de Vasconcelos es su coincidencia total, verdaderamente notable, por caminos «a posteriori», con la doctrina social y política de la Iglesia; la que los Sumos Pontífices no dejan de enseñarnos por caminos «a priori» una y otra vez y el Vaticano II recoge en la Constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy. Terminemos con la palabra esperanzada de Vasconcelos, al mismo tiempo consigna y canto a lo que debió ser y no fue la independencia de Hispanoamérica:«Bolívar, que era un verdadero genio, se dio cuenta de todo esto; por eso murió decepcionado, pero reconociendo lo inevitable y aconsejando que se pusieran las bases que alguna vez conquistásemos de verdad la autonomía».“Un Luminoso ejemplo de filosofía de la historia aplicado a Hispanoamérica,. José Vasconcelos: ¿Por qué perdimos?” Revista Verbo Año 1995 Numero 331-332. Baltasar Perez Argos.