José Vasconcelos ¿por qué perdimos? I

El gran pensador mexicano José Vasconcelos, una de las más altas señeras figuras de la filosofía hispanoamericana de nuestro tiempo, en un artículo, que bien puede considerarse su testamento espiritual -fue lo último que escribió y publicó- nos dejó un luminoso ejemplo de filosofía de la historia, aplicado a Hispanoamérica. Se pregunta ya desde el título ¿Por qué perdimos?, y concreta el problema de la siguiente manera:
“¿Cuáles son las causas de que, a principios del siglo XIX, todavía México haya sido el primer país de Hispanoamérica y actualmente los Estados Unidos lo tienen aventajado en forma tan gigantesca?”

Pregunta las causas, quiere hacer filosofía, filosofía de la historia, de una historia, que hoy precisamente, al conmemorarse el V centenario del descubrimiento y evangelización de América, se ha hecho actualidad. El problema de un modo o de otro se ha planteado, y se le han dado soluciones muy peregrinas. Escuchemos la que, con su capacidad y reconocida competencia nos ofrece el ilustre mexicano José Vasconcelos en este artículo memorable. Empieza el gran pensador dando por asentado el hecho de que España, en el momento de la independencia, deja a México situado tanto en lo cultural como en lo económico, a una altura inconmensurable con respecto a sus vecinos del Norte, los Estados Unidos, apenas unos ranchos dispersos por el gran continente. Así se expresa Vasconcelos:

“En primer lugar hace falta convencer a los no letrados de que, en efecto, México fue la primera nación del Nuevo Mundo durante todo el siglo XVIII; en la misma época en que los Estados Unidos eran un modesto grupo de colonias sin importancia, ya no digo cultural, ni siquiera comercial”.

Afirmación clara y contundente “para convencer a los no letrados” y a otros “ignorantes” de la historia: “México fue la primera nación del Nuevo Mundo durante todo el siglo XVIII”. La primera nación: ¿En qué consistió su primacía? Nos lo va a comprobar con un testimonio, no precisamente español -no sería ni hábil ni eficaz- sino de una personalidad neutral, alemán por más señas, de la categoría científica de un Alejandro Humboldt, Humboldt, en efecto, como todos sabemos, fue por decirlo así el primer periodista científico. Recorre en más de 30 volúmenes sus experiencias, lo que vio, lo que vivió y observó en tan largo recorrido. De un mérito extraordinario, nosotros, los españoles de hoy, deberíamos conocer mejor lo que escribió para la Historia aquel periodista. Oigamos a Vasconcelos lo que nos resume en brevísima pincelada:

“Para darse cuenta de lo que México era, basta con recordar el libro de Humboldt, El Ensayo Político sobre la Nueva España. Teníamos entonces mejores carreteras que las norteamericanas; nuestro territorio llegaba por el Norte hasta Alaska y por el Sur hasta Honduras. Nuestro país era centro comercial del mundo. Nuestra marina, aun la construida en astilleros mexicanos, imponía respeto a la americana y estuvo ayudando a conocer los asaltos de los bucaneros, que pretendían apoderarse por la fuerza de nuestros puestos. Constituimos en aquel tiempo una de las rutas comerciales más frecuentadas del mundo, por virtud del tráfico de los galeones de Manila, que estuvieron comunicando el Asia con Europa, durante más de dos siglos. El último viaje de esta empresa de navegación coincidió con la ocupación de Acapulco por los insurgentes de Morelos. Desde el punto de vista financiero fue aquella una época en que nuestra moneda era patrón mundial. El valor de la moneda, al fin y a cabo, lo determina el valor del metal que la respalda, ya sea plata u oro. Pero a la vez para garantizar la posesión de la plata y el oro, hacen falta las escuadras y los ejércitos. Por eso es que la moneda sigue al Imperio. En nuestros buenos tiempos la garantía metálica de nuestra moneda -única sólida- estaba en las Casas de Moneda, que abundaban por el país y todas se hallaban protegidas por el Ejército Colonial y por la Marina española. Actualmente tenemos que garantizar nuestro peso con divisas extranjeras, que son un giro contra depósitos metálicos, que se encuentran en los Estados Unidos, custodiados por el Ejército norteamericano”.

La descripción de la riqueza material, en que vive México, hecha por Alejandro Humboldt y resumida brevísimamente por Vasconcelos, no puede ser más elocuente. En el libro de Humboldt además se encuentran datos sorprendentes de alto nivel cultural y científico de toda la América española. Recordemos este gran elogio: “Ninguna ciudad del Nuevo Continente, sin exceptuar las de los Estados Unidos del norte, presentan establecimientos científicos tan grandiosos y sólidos como la capital de México. Me bastaría citar la Escuela de Minas, dirigida por el sabio Elhuyar, el Jardín Botánico y la Academia de Nobles Artes, fundada por personas particulares con la protección del ministro Gálvez. El Rey dotó a esta última de una espaciosa casa y de una colección de modelos de yeso, de obras maestras de la antigüedad clásica, como el Apolo de Belverde o el grupo de Lacoonte, valuada en cerca de 800, 000 reales” (Nueva España I, 112; II, 46). De su estancia en Venezuela -para no quedarnos sólo en México- nos refiere la sorpresa que le causó encontrar en la población del interior, Calabozo, una máquina eléctrica de grandes discos, electróforos, electrómetros, baterías, un material casi tan completo como el que poseen nuestros físicos en Europa, construidos por el señor Carlos del Pozo. Y en Lima, a una distancia inmensa de Europa, le mostraron las últimas novedades en química, en matemáticas y en fisiología” (Nueva España I, 290). Vasconcelos también hace referencia en su artículo al nivel cultural y científico, que alcanzó México bajo la dominación española, y que se consolidó al llegar a su independencia. Su afirmación concisa es muy de notar, más en este tiempo, en que sólo mirar al África recién descolonizada produce escalofríos. La afirmación es breve, pero sorprendente:

“Culturalmente también es de sobra conocido que en nuestro país había más bibliotecas, más universidades, más imprentas, que en las trece colonias británicas de la orilla del atlántico”.

Más bibliotecas, más universidades e imprentas que en las trece colonias británicas de la orilla del Atlántico. Con la famosa Universidad de San Marcos de Lima, nada menos que 19 ciudades de Hispanoamérica gozaron de otras tantas o más universidades repartidas por aquellos vastos territorios de México y de Perú. ¿Cuántas universidades se han levantado después con más medios y más facilidades sin duda en África y en Asia por otros pueblos colonizadores? No se puede negar sólo con ese dato, que la obra cultural de España en América, aun prescindiendo de su aspecto evangelizador, fue enorme. Con razón León XIII, al celebrarse el IV Centenario del descubrimiento, escribió: “La obra de España en América fue el hecho, de por sí, más grande y maravilloso entre los hechos humanos”. “Entre los hechos humanos”porque en cuanto a la evangelización, no hay ni que hablar. La evangelización esto sí que fue maravilloso. Un verdadero milagro de la divina Providencia. No hay más que ver que ahora con tanta “teología de la liberación”, con tanta “inculturación”, no saben qué hacer para seguir los pasos de aquellos evangelizadores y al menos contener la descristianización creciente de aquel inmenso continente católico. El Obispo de Cuernavaca, el famoso Méndez Arceo, me decía en su Palacio episcopal, sede que fue Hernán Cortés: “Mire, padre, la fe que España nos dejó en México; a pesar de siglo y medio de persecución sistemática contra la Iglesia católica. Mire la fe tan arraigada que tiene este pueblo”. Textual. Pues bien, ante este panorama de extraordinaria prosperidad se pregunta Vasconcelos y con todo razón: ¿Por qué perdimos? ¿Por qué encontramos ahora, siglo y medio después de nuestra independencia, en esta situación, tan contraria de la que partimos? Ellos, los americanos de norte, entonces un “modesto grupo de colonias”; y nosotros, los mexicanos, financiera y culturalmente muy por encima de ellos. México “la primera nación del nuevo mundo durante todo el siglo XVIII” ¿Y ahora? ¿Qué ha ocurrido? La pregunta se impone y no puede ser más interesante, desde el punto de vista de la filosofía de la historia. Hoy, en con ocasión del V Centenario se ha suscitado de nuevo el problema y con más virulencia que nunca por una poderosa razón: por la situación de injusticia social y de miseria, que vive hoy Hispanoamérica, tan floreciente entonces y tan domeñada hoy por el vecino del norte. ¿Dónde está la causa o las causas de esta pérdida? He aquí lo que plantea Vasconcelos en este artículo, que desgraciadamente dejó sin concluir. Lo que dice no tiene desperdicio… (Continuará).

“Un Luminoso ejemplo de filosofía de la historia aplicado a Hispanoamérica,. José Vasconcelos: ¿Por qué perdimos?” Revista Verbo Año 1995 Numero 331-332. Baltasar Perez Argos.

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