Defensa de la Catedral ante el 8M

El ataque a la sociedad tiene años; sin embargo, es reciente que la situación general permita la confrontación directa y descarada. Tal es el caso de los ataques a templos católicos por parte de los grupos feministas. Ciertamente, tienen tiempo de suceder, el feminismo es más viejo que quien escribe; con todo, últimamente ha cambiado de marchas con pintura, a pedradas, petardos, gasolina y cerillos…
Es claro: una sociedad que se ha alejado sistemáticamente, por razones diversas, del orden que N. S. Jesucristo estableció, no tiene cómo sostenerse, menos aún, cómo producir frutos buenos. Un árbol podrido no entrega fruto; al contrario, envenena la tierra.
Este año, como era ya esperado, los grupos feministas atacarían el Palacio Nacional de la capital Mejicana, que cumple con el estándar clásico de encontrarse en la misma plaza que la Catedral, como se esperaría de una sociedad bien encaminada: la Fe y la vida cotidiana andando al mismo lugar: la Vida Eterna.
Ya en años pasados hemos asistido con otros varones, fieles a la Tradición, a defender la Catedral, ante la desaprobación de amigos, el reproche de autoridades e, incluso, el abandono de la Jerarquía eclesial. La pregunta siempre es más o menos la misma: ¿por qué lo hacen?
Este año, esa pregunta resultaría tanto más atormentadora, cuanto que el nivel de agresión de estas marchas aumenta a pasos agigantados. El ruido y revuelo en las redes dejaba claro que no sería una manifestación pacífica: la posibilidad de ser golpeados era segura; la de ser agredidos, inevitable; y la de arrestados, una sombra cuya negrura aumentaba ante la realidad del sistema legal que nos rodea… ¿Y para qué? ¿Para que al final, luego de pasar sobre nosotros, diez o quince locos, fanáticos, como nos llaman, terminaran efectivamente quemando Catedral?
Canta el romance de “La bravura de Rodrigo” cómo el joven, recién armado caballero, se detiene ante el conflicto que le presenta su deber como hijo de un padre cuyo honor fue agraviado, y como joven, caballero novel, que debería enfrentarse a una fuerza mayor a la suya: un conde, probado en batalla y grande de la Corte. En medio de su duda, leemos cómo “al Cielo pide justicia, a la tierra pide campo, al viejo padre licencia, y a la honra esfuerzo y brazo”. Esa última petición cuesta entenderla y; sin embargo, nos parece ser la más destacada, ese sentido del honor que hemos perdido y que, aunado a la justica, nos permite acometer hazañas que nos hacen dignos de poder ser llamados cristianos.
La ruptura con la Tradición también ha roto ese sentido de la justicia que deben los súbditos al superior, los hijos al padre, los vasallos a su Rey y los católicos –y la humanidad entera, en realidad – para con Dios. Y es eso, justicia, hacer frente a quien ataca al Regem regum et Dominum dominantium. He ahí el espíritu, verdaderamente Tradicional, que ha impulsado a los mártires a lo largo de la historia, ahí está el grito de los Cristeros, ¡Viva Cristo Rey!
Aún queda esa posibilidad: que pasen sobre nosotros e, igualmente, consigan quemar Catedral. Sí: N. S. Jesucristo, no pedirá cuenta de las batallas ganadas, sino de las cicatrices conseguidas y los combates peleados; y nuestros hijos verán la coherencia entre la Fe y los hechos, que si N. S. Jesucristo es Dios y está verdaderamente presente en los Sagrarios, ¿cómo no estar ahí para defenderlo?
Gracias a Dios, este lunes pasado, ninguno de quienes fuimos a defender la Fe y la Tradición, cuyo sustento es N. S. Jesucristo, necesitamos de Extremaunción o abogados.
Al llegar al Zócalo, y después de una marejada de información incompleta y contradictoria respecto de si el estado guardaría -y cómo- los edificios próximos, encontramos la Catedral completamente rodeada de vallas metálicas y policías dentro y fuera.
Esta vez, N. S. Jesucristo, no nos pidió ser el pescador que desenvaina la espada para defender a su Señor frente a los soldados. Esta vez, bastó con hincar las rodillas a tierra y, cara a Catedral, cara al Rey del universo, pedir por el aumento de las familias católicas que sepan ser sal de la tierra y nutrir la sociedad de vasallos de Cristo, dispuestos a levantar la voz, y la espada si hiciere falta, para defender el orden natural de las cosas, o parafraseando a Chesterton, que el pasto es verde…
¡Viva Cristo Rey y viva Santa María de Guadalupe!

Manuel Soní

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio