El 17 de enero de 1811 se libró cerca de Guadalajara, la batalla del Puente de Calderón en el marco de la guerra por la secesión entre tropas realistas encabezadas por el Brigadier Félix María Calleja y las insurgentes del Cura Hidalgo. Estos fueron los hechos:
«Los planes de Calleja no eran más que los de la estrategia natural, de reunir sus fuerzas contra la cabeza y núcleo principal que estaba en Guadalajara. Hacia allá habían de avanzar sus propias tropas por el centro, desde Guanajuato. Las de Cruz por Valladolid, y del norte las de Cordero, Ochoa y García Conde. En el combate de Calderón sólo pudieron hallarse las del propio Calleja, que ocupó el centro entre las reservas, para acudir donde fuera menester. A la izquierda tenía una columna mixta de las tres armas al mando de Flon, a la derecha y atacando el flanco izquierdo del enemigo la caballería a las órdenes de Don Miguel Emparán.
Los insurgentes, no obstante la oposición de Allende resolvieron en Consejo de Guerra dar batalla campal, esperando a las fuerzas realistas en el puente de Calderón sobre el río de este nombre, que corre entre el grande o de Teololotlán y el arroyo de las Amarillas. Ocuparon al lado oeste del puente, un ángulo casi recto formado por dos montañas y además dos llanos, uno junto al río, y el otro hacia el noreste. Sobre la loma situada al norte colocaron su gran batería de sesenta y siete cañones, apoyada por otras dos menores, establecidas en lo alto de las colinas que terminan en la orilla izquierda del río. Detrás de este semicírculo de cañones se formó la infantería regular y organizada que era muy reducida: se estableció, además, una línea cuádruple de batalla al costado derecho de la gran batería, formando con ella un ángulo obtuso; y del otro lado del río se avanzó una división de infantería. Los cuerpos de caballería mejor organizados se desplegaron en los flancos de las baterías en el extremo de la derecha; los flecheros de Colotlán quedaron situados abajo de la artillería. En el llano, sin pasar el río se extendió lo que se llamaba malamente, la reserva: esa multitud desordenada y hambrienta, sin orden, sin armas, entre la cual se hallaban más de quince mil caballos. Esta inmensa multitud, capitaneada personalmente por Hidalgo que no sacó ninguna provechosa experiencia del Monte de las Cruces, fue una de las causas de que se perdiera la batalla; pero en cambio, sirvió para que, confundido entre ella, Hidalgo y los principales jefes lograsen escapar. La batería principal y la división que lo apoyaba fueron puestas a las órdenes del Amo Torres, las de la izquierda a las de Aldama, la división que se situó al otro lado del río quedó confiada a Gómez de Portugal, la caballería a las órdenes de Abasolo. El Jefe superior de toda la acción fue Don Ignacio Allende.
Otro error capital de los insurgentes fue haberse desentendido de sus primeros artilleros y haber dado la maestranza y el mando práctico de la artillería a un norteamericano mecánico, llamado Fletcher, bajo cuyas órdenes se dio a la artillería una puntería muy alta, cuyos tiros por consiguiente, pasando por encima del enemigo, la hicieron en gran parte irrisoria. Eso fue todo el apoyo yanqui que recibió Hidalgo. El 17 de enero de 1811, Calleja, percatado de estas deficiencias de la artillería, de la inferioridad del armamento de los independientes y de todo lo que significaba y estorbaba en los llanos; dio la señal de acometida. Torres rechazó dos veces y con grandes pérdidas del enemigo, la columna de D. Manuel Flón, Conde de la Cadena; Gómez de Portugal rechazó y puso en desorden a los dragones de Emparán, quedando este herido. Calleja que estaba en el centro y que ya había pasado el puente, retrocedió, arengó briosamente a las derrotadas tropas del Conde de la Cadena y con sus diez cañones y lo más florido de sus tropas avanza contra las baterías. Una granada de los realistas cayó sobre un carro de municiones, situado en medio de la división independiente formada tras la gran batería y lo hizo volar con espantosa detonación que sembró el pánico entre aquellas masas agrupadas en la meseta de la loma. Calleja, observando el desconcierto, se arroja en columnas de asalto, rompiendo vivísimo fuego sobre los independientes.
A las cuatro de la tarde, después de seis horas de combate, el ejército realista, en gran parte por el valor y pericia de Calleja, que no se le puede negar, y en parte también por la disciplina y superiorísimo armamento de sus huestes veteranas, era dueño del campo de batalla».