A 172 años de la Batalla de la Angostura, durante la guerra de invasión norteamericana, aprovechando el caos político-social reinante en el país una vez fraguada la “independencia” mejicana y auspiciada además por la masonería para dividir el país con el fin de aprovechar y decidir el futuro de la hegemonía entre el vecino país protestante y el nuevo artificio liberal construido sobre las ruinas de una nación católica (políticamente hablando, puesto que a nivel de conciencias individuales, familiares e incluso en pequeñas comunidades, el catolicismo seguía siendo predominante en esa época).
A continuación exponemos los hechos históricos de la Batalla, de la pluma de Pedro Sánchez Ruiz:
«El 28 de enero de 1847, en pleno invierno, 18,000 hombres, la mayoría bisoños recientemente reclutados y sin suficiente instrucción, al mando del general Santa Anna emprenden la marcha desde San Luis Potosí hacia el Norte, en busca de un enemigo fuertemente establecido en una posición defensiva.
La infantería estaba armada de viejos y anticuados fusiles. La artillería constaba de unas viejas piezas que no admitía ninguna comparación en número, movilidad y alcance, con la artillería enemiga. Sin almacenes ni medios de transporte, sin hospitales móviles y tiendas de campaña; faltos de apropiado vestuario y de víveres; van a recorrer cientos de kilómetros por una región desierta y sin recursos, aún de agua y leña, y con un clima de extremos rigurosos. Alternan el frío intenso, la nieve, y el hielo; el calor ardiente y la lluvia.
Las primeras jornadas se duerme a la intemperie bajo un frío intenso. A la octava jornada, el frío siguió un calor sofocante, en un terreno sin árboles o arroyos donde refrescarse. En las últimas jornadas se producen aguaceros torrenciales.
El 21 de febrero se encuentra reunido el Ejército en la hacienda de la Encarnación, a 400 kilómetros de San Luis Potosí. Se han producido 4,000 bajas.
Cualquier revés representaría, no la derrota, sino la destrucción del Ejército. Pero la moral es alta. Se vitorea Méjico y se arde en deseos de entrar en combate.
El enemigo se encontraba establecido con su grueso en posición avanzada de Agua Nueva. Y fuertemente guarnecido en Saltillo, constituía su base de operaciones.
El plan de Santa Anna consistía esencialmente en colocarse entre Agua Nueva y Saltillo interceptado las comunicaciones entre la posición avanzada y la base de operaciones del enemigo, obligándole a dar batalla en condiciones desventajosas.
Reunido en Encarnación, el día 21 de febrero inició su marcha el Ejército. La brigada de caballería del general don José Vicente Miñón recibió la misión de dirigirse a la hacienda de Buena Vista, 15 kilómetros de Saltillo, y detrás de la posición avanzada de Agua Nueva.
En una rápida marcha de cerca 80 kilómetros, el mismo día 21 se ocupan los puertos de Piñones y el Carnero, donde estacionó en columna para el día siguiente continuar la marcha y forzar el puerto de Agua Nueva que se pensaba defendería el enemigo. La rapidez y el secreto de la marcha auguraban completo éxito del plan previsto. Pero aparecen los hechos “inexplicables” o “incomprensibles”: un simple soldado raso se separa de su unidad e informa al general Taylor del plan del General en Jefe enemigo. Taylor abandona Agua Nueva.
Suponiendo al enemigo en retirada, y a la brigada del general Miñón interceptando el camino de Saltillo, sin detenerse se continúa la marcha encontrando al enemigo fuertemente establecido en la Angostura con 8,000 hombres apoyados por una poderosa artillería, y un terreno que presentaba grandes ventajas para la defensa y grandes desventajas para el ataque. El ejército mejicano, descontada la caballería del general Miñón, que por “obscuras” circunstancias no tomaría parte en la acción, se había reducido a unos doce mil hombres.
Este terreno, con una serie de alturas, y barrancas y estrechos desfiladeros, muchos de ellos intransitables aún para infantería, constituiría una formidable posición defensiva. Impracticable para la artillería y para la caballería mejicana, anulaba la no muy grande superioridad numérica.
“El camino en este punto se convierte en angosto desfiladero, quedando el valle a su derecha enteramente impracticable para la artillería, a causa de una serie de zanjas o fosos profundos; en tanto que a la izquierda otra serie de altas lomas y de barrancas o ramblas se extiende a larga distancia hacia las montañas que limitan el valle. Los pliegues del terreno inutilizaban casi por completo la artillería y caballería del enemigo, en tanto que su infantería perdía ante ellos mucho de su ventaja numérica.”
General Z. Taylor
“El largo valle que desde Agua Nueva conduce a Saltillo entre dos cadenas de montañas, se estrecha en ese paraje, y los torrentes que bajan de ambas cordilleras han forjado varias ondulaciones paralelas, que todas son perpendiculares a la dirección del camino. En el fondo de cada una de ellas intransitables y todas extremadamente dificultosas para la caballería y aún para la infantería.”
General Mora y Villamil
“La posición de la Angostura le daba al enemigo una incontestable superioridad sobre nosotros. Tenemos, pies que la derecha del enemigo era inatacable, su frente, extraordinariamente fuerte; y su izquierda muy bien apoyada en las alturas”.
Coronel Don Manuel Balbontín
El Ejército Mejicano había hecho una marcha de 500 kilómetros, en las peores condiciones que pudieran darse de terreno, clima, servicios y abastecimientos de todas clases. La última jornada había sido de 60 kilómetros en 24 horas, casi sin dormir, comer o beber. Y en estas condiciones iba a emprender el ataque contra esa formidable posición ocupada, con anticipación por un un enemigo que a la fortaleza natural del terreno había añadido obras de fortificación que aumentaban su fortaleza, la capacidad de resistencia de los defensores, y protegían su potente artillería.
Técnicamente hablando, el ataque a esta posición con probabilidades de éxito; con tropas frescas y condiciones semejantes de medios en ambos adversarios, requerían una superioridad de 2 a 3 contra uno. La superioridad moral, y la capacidad técnica de la oficialidad y de los mandos subalternos, iba a suplir las carencias y diferencias; pero no podía suplir la falta de patriotismo, ni impedir la traición de los altos mandos.
El mismo día del ataque, y cómo iban llegando después de la marcha, se colocan las unidades mejicanas frente a la posición enemiga: la infantería al frente en dos líneas. La caballería a retaguardia de ambos flancos.
Reconocida la posición, se comprueba la inconveniencia y aún la imposibilidad de atacarle de frente, y se decide atacarla de flanco. Al mismo tiempo se advierte que Taylor había descuidado ocupar una importante altura a su izquierda, de gran pendiente y escarpada, que dominaba y flanqueaban puntos de posición, y desde la cual se podría forzar el paso a Saltillo.
Se ordena a la brigada del general Ampudia que la ocupe y la conserve hasta nueva orden. A las dos de la tarde, la Compañía de Tiradores al mando del capitán don Leonardo Márquez, seguida por la Compañía del capitán don Luis Gonzaga Osollo, quienes tanto se distinguirían después haciendo morder el polvo a las hordas liberales que armadas y apoyadas por los mismos Estados Unidos pretendían la laicización del Estado, emprenden el difícil acceso a la cumbre de la montaña. Taylor se da cuenta de su error, y ordena que impidan sea ocupada dicha altura, esperando que lleguen primero que los mismos, los Regimientos de Arkansas y Kentucky, y el Batallón de Rifleros de Indiana, apoyados por la artillería.
Llegan primero los mejicanos y se inicia un reñido combate que dura toda la tarde. Al cerrar la noche del día 22 de febrero, los mejicanos, en combate cuerpo a cuerpo a la bayoneta, no sólo conservaron la altura disputada, sino que conquistaron otros puntos de la posición enemiga, obligando al adversario a retirarse a sus posiciones. Ambos adversarios pasan la noche en vigilante espera. Taylor marcha a Saltillo a reforzar su retaguardia, cerca de la cual se había presentado la brigada del coronel Miñón.
“…Toda clase de tropas que concurrieron a la batalla hicieron prodigios asombrosos de valor sobrehumano y como no recibían órdenes de sus jefes que les cortará el brío, lucharon con tal denuedo y coraje, que cada soldado mejicano, débil y extenuado por falta de alimentos, casi desnudo, atormentado por la intemperie, desesperado por la sed y rendido por el cansancio de las marchas forzadas, equivalía por lo menos a dos norteamericanos. ¡Tal es el amor a la patria!.”
«Comentario Crítico, Histórico, Auténtico a las Revoluciones Sociales de Méjico» Antonio Gibaja y Patrón. T. III pág. 271.
Antes del amanecer del día 23 se reanuda la batalla. Sin siquiera tomar el “rancho”, las fuerzas que el día anterior habían conquistado y conservado la altura dominante al flanco de la posición enemiga, descienden de ella y cargan a la bayoneta; vencen la vigorosa resistencia que se les opone y ponen en fuga al adversario.
“Sobre las dos de la mañana del día 23 nuestras avanzadas fueron arrolladas por los mejicanos, y al alba se renovó la acción entre la infantería ligera mejicana y nuestros rifleros en la vertiente de la montaña.”
General Wool
El plan de Santa Anna consistía en llevar el esfuerzo principal por la derecha contra el flanco izquierdo y retaguardia de la posición enemiga, combinado con un ataque de frente de la misma. Tres columnas avanzan paralelamente: la división del general Lombardini a la derecha, el centro la división del general Pacheco, protegida su izquierda por la columna del coronel don Santiago Blanco. Dos baterías colocadas una a la derecha y otra al centro, apoyarían el avance con fuegos oblicuos.
Serenamente, arma al brazo, inicia el ataque la columna del coronel Blanco bajo los fuegos de la poderosa artillería enemiga, buscando llegar rápidamente a la distancia de asalto a la bayoneta. Pero se le ordena detenerse y ponerse a cubierto de una colina hasta que avancen y rompan sus fuegos las columnas de Pacheco y Lombardini.
Se generaliza la batalla y cae herido el general Lombardini, quien es relevado por el general don Francisco Pérez. La artillería hace estragos en las filas mejicanas. Las tropas del general Pacheco, reclutadas sólo hacía dos meses vacilan, se detienen e inician la dispersión, momento que aprovecha el enemigo para lanzar un contraataque. El general Pérez lo contiene y lo obliga a replegarse. La caballería no puede cargar por lo escabroso del terreno.
Refuerza Santa Anna el ala derecha para continuar el avance contra el flanco y la retaguardia de la posición. Reacciona el enemigo oponiéndole numerosas fuerzas bien apoyadas por su artillería.
La columna mejicana no se detiene; la lucha es enconada.
“Nuestra artillería no puede contener el ímpetu de los mejicanos. La infantería que se mandó a sostenerla se había retirado en desorden, quedando expuesta, así como la batería, no tan sólo al fuego activo de arma corta por el frente, sino también al desastroso de la metralla dirigida por una batería mejicana a la izquierda. El capitán O’Brien juzgó imposible conservar sus posiciones, y sólo pudo retirar dos cañones, matando o inutilizando en seguida los caballos que pertenecían al tercero.”
General Z. Taylor
La batalla es reñida y llena de incidencias en todos los sectores. Se rechaza al enemigo y se conquistan fuertes reductos, pero aparece en otros oponiéndo la misma tenaz resistencia. La caballería mejicana al mando del general Juvera, uno de cuyos escuadrones estaba al mando don Tomás Mejía (otro de los principales caudillos que años después, ya general, obtendría brillantes victorias contra las hordas liberales) carga magníficamente sable en mano y se acerca a las últimas posiciones del invasor. El Regimiento de Coraceros al mando del coronel don Francisco Güitián se abre paso en dirección a Saltillo.
“El 2°. regimiento de Indiana que había retrocedido en desorden, pudo volverse a reunir, y no tomó de nuevo parte en el combate. Quedando forzada esta parte de nuestra linea, y apareciendo los mejicanos en número crecido contra nuestro flanco izquierdo, las tropas ligeras norteamericanas se vieron obligadas a retirarse. El regimiento del Coronel Vissel, 2°. Illinois, se encontró completamente flanqueado, y se vio obligado a retirarse. Los mejicanos por este tiempo arrojaban continuamente masas de infantería y caballería al pie de la montaña, e iban ganando nuestra retaguardia a gran prisa.”
General Z. Taylor
Arrojado el enemigo de su segunda línea, avanzan los mejicanos por las faldas de la montañas hacia la hacienda de Buena Vista, dónde tiene Taylor sus almacenes. Son contenidos por los obstáculos del terreno y la concentración de numerosas fuerzas apoyadas por artillería. Se presenta la caballería del general Juvera y expulsa del campo y dispersa a la caballería contraria que se retira al abrigo de su infantería.
“Habían ya transcurrido muchas horas de lucha continua, obstinada y sangrienta, perdiéndose y ganándose lomas y llanuras, estandartes y cañones, desbandándose cuerpos enteros del enemigo, diseminándose y dispersándose algunos de los nuestros a causa de las cargas y de lo accidentado del terreno, sembrado de muertos y heridos que estorban el paso a los contendientes, cuando el jefe de nuestras armas, viendo declinar el día e indecisa todavía la victoria, quiso hacer un supremo esfuerzo para alcanzarla, y resolvió reunir todas las tropas y atacar con ellas por última vez, partiendo de su propia derecha, el centro de las posiciones de Taylor.”
“Recuerdos de la Invasión Norteamericana” José María Roa Bárcena T. I pág. 176
La infantería mejicana avanza decidida bajo el mortífero fuego de la artillería. Carga a la bayoneta contra las numerosas tropas que se le oponen, obligando al enemigo a retirarse en desorden dejando en su poder cañones y banderas.
“El general Pérez dice en su parte, que al presentarse Santa Anna con la columna de Blanco y constituir la gran columna de ataque a las órdenes del mismo Pérez, las tropas formaron en batalla avanzando a la loma inmediata, que, apenas organizada la línea, el enemigo en número de cerca de 4,000 hombres con 2 piezas, atacó denodadamente. Más se le recibió con fuego extraordinariamente vivo, comenzando por la derecha y continuando por la izquierda, y la victoria fue completa otra vez, pues nuestros valientes soldados se lanzaron a la bayoneta, y de la loma en loma arrojaron al enemigo hasta su última posición, el retrincheramiento de Buena Vista, distante más de media legua de su primera línea de batalla, dejando en nuestro poder las piezas de un carro de municiones y 3 banderas. casi todos los demás jefes nuestros, en sus partes dan a entender que en este último combate el enemigo fue desalojado hasta la penúltima de las posiciones, no quedándole otra que la de Buena Vista.”
“Recuerdos de la Invasión Norteamericana” José María Roa Bárcena T. I págs. 181-182
La batalla se había iniciado la tarde del día 22 de febrero con la ocupación de la altura dominante a la izquierda de la posición enemiga. Por el agotamiento de los contendientes, terminó a las seis de la tarde del día 22, aunque el cañoneo continuó hasta cerrar la noche.
En las primeras horas del día 23 se continuó la batalla conquistando los mejicanos en brillantes cargas a la bayoneta, bajo el mortífero fuego de la artillería, las sucesivas alturas fuertemente guarnecidas rebasando la izquierda de la posición defensiva del enemigo, rechazándolo hasta sus últimos reductos, inutilizando el centro de la posición todavía en su poder, y abriendo paso a la caballería del general Juvera que se presentó frente a Buena Vista, a la retaguardia de Taylor, donde tenía sus almacenes. Era tal el ímpetu y la furia de nuestra heroica, desnuda y hambrienta infantería, que el general Wool confesa: «Sin nuestra artillería, no hubiéramos mantenido nuestra posición una sola hora.»
Esa misma tarde del 23 de febrero, la victoria pudo quedar decidida en nuestro favor si la brigada de caballería del general Miñón, que se encontraba en la region de Buena Vista, Saltillo, hubiera enlazado con la caballería del general Juvera y atacando la retaguardia enemiga. Pero otra vez, “inexplicablemente”, Miñón no lo hizo. Miñón y Santa Anna se hicieron muchas recriminaciones y cargos, pero no pasó de allí.
«Resulta, pues, de los partes norteamericanos, que la expresada fuerza de caballería de Miñón, de los días 22 y 23 de febrero, se mantuvo a la vista del Saltillo sin emprender ataque alguno formal contra dicha plaza, ni avanzar sobre la hacienda de Buena Vista lo necesario para obrar aquí combinadamente con las fuerzas de Santa Anna.»
“Recuerdos de la Invasión Norteamericana” José María Roa Bárcena T. I pág. 199
Aún sin el concurso de la caballería de Miñón, dada la elevada moral de nuestras fuerzas, y el agotamiento y baja moral del enemigo, que se veía no podría resistir el empuje de los mejicanos, pudo consumarse la victoria al día siguiente 24 de febrero, arrojando al enemigo de sus últimas posiciones, apoderándose de sus almacenes y obligándolo a cruzar el río Bravo. Ya durante la batalla había tratado Taylor de retirarse a Saltillo, no haciéndolo, porque la caballería de Miñón le interceptaban el camino. Esa misma noche había pensado retirarse al Norte del río Bravo.
A pesar de la fortaleza de la posición y de la superioridad artillera, el enemigo había tenido que ir retrocediendo ante la fuerte acometida de los mejicanos y había llegado a sus últimas posiciones y al límite de su resistencia. Taylor temía nuevas derrotas y una posible y desastrosa retirada.
Pero al amanecer del día 24 de febrero comprueba que el ejército mejicano se había retirado durante la noche abandonando la posición a costa de tanto heroísmo y tanta sangre conquistada. Más que retirada, parecía la fuga de un ejército derrotado, que sin necesidad de ser perseguido sería destruido al imponerle una marcha de cientos de kilómetros efectuada en peores condiciones que cuando la había emprendido para llegar a la Angostura.
“…Y en cuanto a la posibilidad de consumarse al otro día la victoria, solo aduciré como pruebas lo muy a punto que estuvo de coronar nuestras armas el 23, la crítica situación en que los norteamericanos quedaron, situación demostrada por su inacción en el resto de la tarde del 23, por las disposiciones que tomaron en la noche, dejando casi desguarnecida la ciudad de Saltillo para reforzar su campo en la Angostura, y por impotencia en que durante varios días permanecieron sin perseguir al ejército mejicano en su retirada“.
“Recuerdos de la Invasión Norteamericana” José María Roa Bárcena T. I págs. 186-187
Con la injustificable e inexplicable retirada a través del desierto ordenada por Santa Anna después de la enconada batalla, se destruyó el Ejército del Norte. Sólo sobrevivieron unos pocos de cuantos tan esforzara y heroicamente se habían batido en la Angostura.
Todas las razones invocadas por Santa Anna y otros para justificar tan desastrosa retirada, son del todo inconsistentes.
“Había cesado completamente la batalla. Sólo se oía uno que otro tiro de fusil, que disparaban algunos hombres sueltos que emprendían combates individuales.
“Nuestras tropas estaban sentadas en cuclillas, manteniendo el fusil verticalmente, con la culata apoyada en la tierra, sobre el último terreno que habían conquistado.
“A pesar de no haber tomado alimento en todo el día, el aspecto de las tropas era halagüeño. Parecían satisfechas y contentas por haber vencido allí la tenaz resistencia que habían puesto los americanos.
“Atendidas las pérdidas que los americanos habían sufrido y el estado de desmoralización en que se encontraban, es creíble que al día siguiente hubiera nuestro ejército consumado la derrota.
“Estas eran las esperanzas del ejército, así discurrían muchos oficiales.
“Pero la desgracia que nos perseguía lo ordenó de otra manera.
“Al anochecer se comunicó orden a las líneas, que estuviesen dispuestas a retirarse.
“Semejante disposición causó un general y profundo disgusto. Se veía con dolor que se iban a perder tantos sacrificios como se habían hecho. Abandonando el campo conquistado se daba la victoria al enemigo, sin que éste hiciera nuevos esfuerzos por conquistarla. En fin, que se afirmaría la idea, ya generalizada en el ejército, de que era imposible vencer a los americanos.
“Que no había qué darle de comer a la tropa.
“Que el ejército se hallaba muy fatigado y no podía combatir al día siguiente.
“Que si permanecían en el campo de batalla, sería posible que en la noche se dispersaran muchos de nuestros soldados.
“Estas razones eran en extremo especiosas.
“Si no había que darle de comer a la tropa en el campo que ocupaba, tampoco había en Aguanueva, donde permaneció después acampada varios días, y seguro que, con lo que allí se mantuvo, pudo haberse mantenido en la Angostura.
“Además, en la noche del 23 sucedió que algunos cuerpos que pudieron poner rancho, no teniendo tiempo para repartirlo, a causa de la retirada, vaciaron el rancho en el suelo para poder cargar los calderos en las mulas.
“Una poca de previsión hubiera hecho que se mataran las reses necesarias, y asada la carne, distribuirla en la noche sobre el mismo campo de batalla.
“Hacía muchos días que el ejército se hallaba bien fatigado, y por lo mismo necesitaba descansar aquella noche, en vez de obligarlo a andar 5 leguas hasta Aguanueva, donde tendría que combatir al día siguiente, si el enemigo, como era posible, se atrevía a perseguirlo.
“La misma fatiga del ejército era una razón para no temer un desbandamiento, pues nadie pensaba. Más que en el descanso.
“Además, las tropas que habían vislumbrado la victoria, estaban entusiasmadas, y en semejantes casos nuestros soldados no se desbandaban. También sabían que en el enemigo tenían en Saltillo almacenes bien provistos de víveres, de vestuario y aún de dinero, mientras que a la retaguardia de nuestro ejército solo había un desierto desprovisto de todo recurso.
“De todas maneras, la tropa recibío con mucho disgusto la orden de retirada.
“Poco después de cerrar la noche, aprovechando la escasa luz de luna nueva, las tropas fueron descendiendo de las alturas que con tanto sacrificio habían conquistado, y formando en columna sobre el camino.
“Por fortuna, el enemigo no sintió nuestro movimiento, porque un ataque vigoroso en aquellas circunstancias, acaso hubiese producido un desastre.”
El historiador estadounidense Ripley, habla respecto de la marcha del Ejército y de la batalla de la Angostura.
“La celeridad y el sigilo de la marcha de San Luis, casi no son sobrepujables. El movimiento de la Encarnación a Aguanueva y la marcha continuada a la Angostura, haciendo cerca de cincuenta millas en veinticuatro horas, y el comienzo inmediato de la batalla, cuando se recordará que en treinta y seis de las expresadas millas faltaba agua, y que la gente sólo había tomado alimento escasísimo, prueba cuan terrible podría ser un ejército mejicano, con sólo que las tropas que le componen tuvieran la fuerza moral necesaria para conservar y utilizar las ventajas que su capacidad de sobrellevar fatigas y privaciones las pone en aptitud de obtener…”
Es una contradicción y un error desmentido por los hechos que el mismo historiador señala, afirmar que haya faltado fuerza moral al ejército mejicano que había demostrado en la batalla una notoria superioridad técnica y moral sobre el adversario, venciendo los factores de la situación que le eran adversos. El no explotar la victoria obtenida, no se debió a inconstancia o falta de fuerza moral del ejército, sino a traición del alto mando.
Cometió Santa Anna una serie de calculados “errores y desaciertos” en la preparación y conducción de la guerra y de sus operaciones, desde que los mismos Estados Unidos lo introdujeron a Méjico para ocupar el poder público llamado por la revolución masónica liberal que derrocó al patriota presidente general don Manuel Paredes y Arrillaga, y se hizo cargo del mando del Ejército como General en Jefe.
Entre otros, fue un “error y desacierto” retirar hasta San Luis Potosí abandonando todo el territorio, haciéndolas marchar en muy malas condiciones, a todas las fuerzas capituladas en Monterrey.
Fue un “error y desacierto” entregar al invasor, con la pérdida del material, el puerto de Tampico, que le sería de gran utilidad para el ataque y toma del puerto de Veracruz.
Fue un “error y desacierto” hacer marchar al Ejército desde San Luis Potosí a la Angostura sin servicios, abastecimiento y equipo apropiado y en condiciones tales, que de no ser por la sorprendente fuerza moral y resistencia a la fatiga y privaciones, el Ejército no hubiera estado en condiciones de combatir, sino expuesto a un completo desastre.
Fue por último un “error y desacierto” no explotar el éxito obtenido en la Angostura, y destruir el Ejército del Norte en su retirada hasta San Luis.
Pero los repetidos “errores y desaciertos” no eran tales, sino una gran traicion que se enmascaraba con algunos inevitables aciertos y desplantes necesarios para la sangrienta comedia que tenía por fin ocultar el compromiso adquirido con los Estados Unidos a través de las sectas masónicas, de destruir y entregar al Ejército y a la Patria en manos de sus naturales y mortales enemigos como ya lo había hecho en San Jacinto, como lo hizo en la Angostura, y como lo seguiría haciendo hasta el fin de la guerra y después de ella.
Como medida complementaria, y previniendo posibles veleidades, remordimientos o naturales sentimientos de patriotismo y de honradez, de parte del mismo Santa Anna o de los otros hermanos “Tres Puntos”, y que los hicieran vacilar, cumplir débilmente, o incumplir los compromisos adquiridos, los Estados Unidos recurrían al soborno.
“El diario The Sunday Chronicle, de San Francisco, dijo el 5 de enero de 1890 que el banquero James Rabb, de Vincens, había revelado que el presidente Polk le dio al General Taylor 4 millones de dólares, de fondo secreto, para que los usará en caso de apuro, y que el general Taylor se vio perdido en la Angostura a las 3 de la tarde del 23 de febrero de 1847 y le ofreció dinero a Santa Anna, el cual, por la noche, ordenó la retirada. El repliegue sorprendió a todos, menos a Taylor. El Heraldo de Nueva York, publicó que Santa Anna había celebrado un trato secreto para que sus tropas opusieran débil resistencia.”
“América Peligra” Salvador Borrego
“…Scott llegó a confesar que, en efecto, andaba en tratos con el general mejicano y que, en efecto, andaba de por medio para el soborno un millón de pesos. Así decía, Scott, se podía evitar los horrores y la sangre que era menester derramar en la toma de la ciudad de Méjico.”
“Historia de la nación mejicana” P. Mariano Cuevas S.J.