A propósito del 2 de octubre

Con el propósito de desmentir los mitos que la ideología de la izquierda ha fabricado y año con año repite con el «no se olvida», transcribimos de manera general los hechos de 1968 a 52 años del suceso, de la pluma de Juan Louvier Calderón:

El movimiento Estudiantil de 1968 en México

En 1968, los ojos del mundo estaban puestos en la Ciudad de México donde, a partir del 12 de octubre, se realizarían los Juegos de la XIX Olimpiada. Era la primera ocasión en que una nación latinoamericana organizaba unos juegos olímpicos, y a la inquietud que muchos tenían acerca de la capacidad de México para llevar a cabo tan importante evento, se agregaban los problemas que para los atletas significaría la altitud de la Ciudad de México. Todo despertaba un morbo especial, por lo que las agencias de noticias enviaron con bastante antelación a sus reporteros deportivos.
Esta situación representaba una extraordinaria oportunidad para presionar al grupo de la «familia revolucionaria», en el poder, es decir, al grupo que aglutinaba en torno al presidente Gustavo Díaz Ordaz, y tal oportunidad no fue desaprovechada. Un elemento importante que vendría a ayudar era que, al tradicional autoritarismo propio del sistema presidencialista, instaurado por la “familia revolucionaria” desde la década de los años treinta, se agregaba un autoritarismo muy personal del presidente Díaz Ordaz.
El 22 de julio de 1968, un grupo de estudiantes de la Escuela Vocacional número 2 del Instituto Politécnico Nacional fue a apedrear el edificio de la preparatoria particular “Isaac Ochoterena”. Los cuerpos policiacos de la Ciudad de México intervinieron apresando a varios agresores, los cuales fueron dejados en libertad pocas horas después.
Para protestar contra la brutalidad policiaca, la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) convocó a una manifestación de protesta para el día 26 de julio, aniversario de la Revolución Cubana, a las cinco de la tarde. Por su parte, la Confederación Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED) convocó a otra manifestación en apoyo a la Revolución Cubana, exactamente el mismo día y a la misma hora. Las trayectorias elegidas (¿casualmente?) por ambas manifestaciones tenían un punto de intersección en Paseo de la Reforma y Avenida Insurgentes lugar al que, llegaron con perfecta sincronía. Los dos contingentes ya unidos se desviaron de sus itinerarios iniciales para dirigirse al Zócalo de la ciudad.
A partir del momento en que se unieron, la manifestación inició con una acción de guerrilla urbana, averiando los automóviles estacionados, incendiando los vehículos del transporte público, saqueando algunos comercios e insultando a cuanta persona se cruzaba en su camino. Al llegar al Zócalo la manifestación se enfrentó con la policía, pero ante la llegada de varias unidades del ejército, los manifestantes se dispersaron.
El día 29 volvieron a repetirse los desórdenes en el Zócalo, y cuando los soldados hicieron su aparición, varios grupos de choque corrieron a refugiarse en las aledañas instalaciones de la Preparatoria de San Ildefonso -la Escuela Preparatoria Número 1, de la UNAM-, desde donde empezaron a hostigar a los soldados con piedras, bombas molotov y disparos de armas de fuego. Los soldados respondieron con un disparo de bazuca contra la vieja madera de puerta, que saltó echa añicos. Tomaron el edificio y apresaron a sus ocupantes, entre quienes se encontraban William Rosado Laporte (puertorriqueño), Mika Seeger (estadounidense) y Raúl Poblete (chileno).
El rector de la UNAM, ingeniero Javier Barros Sierra, declaró públicamente que la entrada del ejército a la Preparatoria de San Ildefonso era una violación a la autonomía universitaria. ¿Sería posible pensar que el rector de la máxima casa de estudios no supiera la diferencia entre autonomía y extraterritorialidad? Porque la entrada del ejército a las instalaciones de la preparatoria no fue para imponer algún plan o método de estudios ni para designar catedráticos o reglamentos académicos o algo parecido. El ejército entró a las instalaciones universitarias para frenar un desorden social, que en las calles de la Ciudad de México y en el Zócalo de la misma capital, el corazón de la vida política del país había provocado un grupo de alborotadores.
Pero si el rector de la universidad sabía la diferencia, entonces poco le importó la verdad. ¿Habrá sido porque obedecía a otros intereses? El general Marcelino García Barragán dice:

“El entonces Secretario de Gobernación (Luis Echeverría), en mi presencia le dio instrucciones al rector Ing. Javier Barros Sierra de organizar una manifestación de maestros y alumnos de la Universidad y el Politécnico”.

(Documentos de García Barragán obtenidos de Julio Scherer, y publicados en el periódico Síntesis, sección El País, 2 de octubre de 2000).

El 1 de agosto, Barros Sierra encabezó una manifestación con màs de 50 000 personas y en el Zócalo izó a media hasta la Bandera Nacional en señal de duelo por la “violación de la autonomía universitaria”. La opinión pública se encontraba desconcertada y en pocos días nadie recordaba cuál había sido el pretexto que dio inicio al movimiento.
El día 9 apareció un organismo para dirigir al movimiento llamado Consejo Nacional de Huelga (CNH), integrado por 38 comités que representaban los distintos centros educativos, y que estaba presidido por un personaje hasta entonces totalmente desconocido: Marcelino Perelló Walls. Junto a él participaban otros, Félix Barra García, un “fósil” bastante conocido de la UNAM que se dedicaba a “vender protección” a los estudiantes; Álvaro Echeverría Zuno (hijo del secretario de gobernación, Luis Echeverría), Rosa Luz Alegría, Gilberto Guevara Niebla, Miguel Yacamán y Sócrates Amado Campus Lemus.
Siguiendo la consigna: Seamos realistas, pidamos lo imposible, el CNH lanzó un pliego petitorio que incluía: libertad a los presos políticos; la desaparición del Cuerpo de Granaderos; la destitución de todos los jefes policiacos; derogación del delito de disolución social; diálogo público con el Presidente de la República. Los cada día más frecuentes desórdenes callejeros y sus correspondientes enfrentamientos con la policía fueron creciendo en violencia y con ello aumentaba el número de simpatizantes del movimiento. Para el 27 de agosto, una manifestación de más de 300 000 personas llegó al Zócalo y los dirigentes del CNH izan en el asta central -destinada exclusivamente al lábaro patrio- la bandera bolchevique.
Los corresponsales deportivos extranjeros que venían a cubrir los Juegos Olímpicos enviaban a sus agencias notas alarmantes, preguntándose si en tal clima de violencia y desorden podría celebrarse la Olimpiada o ésta tendría que cancelarse. Entonces, en la madrugada del 18 de septiembre, sorpresivamente el ejército ocupó la Ciudad Universitaria, capturando a más de 500 personas que hacían guardia en lo que era la principal base de operaciones del movimiento, todo ello sin derramar una sola gota de sangre.
Las escenas captadas por las cámaras de los periodistas que acompañaron al ejército mostraron cómo buena parte del mobiliario de la universidad había sido destruido para construir barricadas en los accesos; la estatua de Miguel Alemán -constructor de Ciudad Universitaria- había sido volada con dinamita, y en su lugar se estaba pintando un enorme mural del Che Guevara; las bardas se encontraban pintarrajeadas con las mismas consignas aparecidas meses atrás en la Universidad Libre de Berlín, en la Sorbona de París y en otras muchas universidades; las aulas y los auditorios habían sido rebautizados con nombres tan propios al quehacer universitario como: Ho Chi Minh, Carlos Marx, Mao Tse Tung, Camilo Torres (el cura guerrillero), Lenin, etcétera.
¿Sería congruente que quienes planearon tomar la Ciudad Universitaria de tal forma que no causara ni un solo herido (porque cada herido significa una nueva bandera para el movimiento) hayan sido los mismos que planearan la “masacre de Tlatelolco” ocurrida escasos 14 días después? El día 24, en una acción similar, el ejército ocupó también el Casco de Santo Tomás y la Unidad Zacatenco, ambas del Politécnico Nacional. El Gobierno prohibió las reuniones públicas y el día 30 de septiembre el ejército desalojó Ciudad Universitaria.
Entonces, en una acción desesperada que permitiera alcanzar los verdaderos objetivos que se buscaban, el CNH convocó a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, que iba a realizarse en la tarde del 2 de octubre (sólo 10 días antes de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos). Hoy sabemos que durante los trágicos sucesos del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, cuando menos dos películas fueron filmadas, pero probablemente confiscadas por el ejército, no fueron dadas a conocer sino 25 años después en una rueda de prensa, citada precisamente por la Secretaría de la Defensa Nacional ¿por qué este material, que sin la menor duda exonera al ejército de la masacre, fue ocultado por el mismo Ejército durante tanto tiempo?
Cerca de las 5 de la tarde de ese 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas se encontraban reunidas unas 2000 personas, pero ninguno de los principales dirigentes del CNH (¿sabrían lo que iba a ocurrir?). Como puede verse en las películas, cuando los primeros oradores hacían uso de las palabra, llegó a la parte baja de la plaza un batallón de soldados al mando del coronel José Hernández Toledo y su llegada fue anunciada por una antorcha que salió desde una ventana del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Cuando los soldados alcanzaban la plancha donde se realizaba el mitin, una segunda antorcha fue arrojada desde el mismo lugar, y en ese momento una lluvia de balas disparadas desde los edificios que rodean la plaza cayó indiscriminadamente sobre manifestantes y soldados; uno de los primeros en caer fue el coronel Hernandez Toledo, atravesado por varios impactos que lo tuvieron durante muchos días al borde de la muerte.
En pocos minutos, aquellos que no cayeron muertos o heridos, obviamente salieron corriendo a refugiarse tras los soldados, mientras éstos disparan hacia los edificios, no contra los manifestantes. Debemos preguntarnos: ¿alguien desarmado correría hacia quienes le están disparando?
Es un hecho incuestionable que esa tarde en Tlatelolco muchas personas inocentes perdieron la vida y muchas otras fueron heridas; pero ¿cuántas? Sin la menor duda, cuando menos las autoridades supieron el número exacto, pero hasta la fecha ninguna ha dado a conocer el dato. ¿Por qué? Ese es otro de los muchos misterios que envuelven al movimiento estudiantil. Desde luego, que cada año, en el correspondiente “2 de octubre no se olvida”, la propaganda revolucionaria siempre habla de miles de personas “masacradas por el ejército, por órdenes de Díaz Ordaz”. Otro gran misterio es que, cuando el movimiento tenía en sus manos una situación de tal envergadura (compárese la gravedad de la masacre de Tlatelolco con la inicial pedrea a la preparatoria “Isaac Ochoterena”), como para llevar a cabo una revolución que quizá hubiere derrocado al gobierno, ¡no ocurrió nada!
El 12 de octubre, la XIX Olimpiada fue inaugurada ¡en el Estadio de Ciudad Universitaria! en un ambiente de absoluta paz y tranquilidad, al grado de que, en su momento, los Juegos en México fueron calificados por el Comité Olímpico Internacional como los más brillantes de la era moderna. ¿Qué ocurrió para que esto hubiera sido posible? ¿El 2 de octubre fue realmente aniquilado el movimiento por la “represión brutal” del gobierno de Díaz Ordaz, a pesar de que ninguno de los principales líderes fue herido o aprehendido?
Una pista importante para desentrañar esos misterios fue dada a conocer por uno de los principales líderes del CNH, Sócrates Amado Campus Lemus, en unas declaracionesmpublicadas el 6 d eoctubre de 1968 en el periódico oficialista El Día u que -nuevo misterio- pasaron por completo inadvertidas.
Según Campus Lemus, los verdaderos dirigentes del movimiento estudiantil fueron Carlos A. Madrazo, ex presidente del PRI, quien habia querido introducir en su partido cambios radicales; Humberto Romero, ex secretario particular del ex presidente de la República Adolfo López Mateos, y a quien se atribuía haber querido inclinar “hacia la izquierda” la politica del régimen; Ángel Veraza, funcionario de la Secretaría de Gobernación; Víctor L. Urquidi (director del Colegio de México) y la escritora Elena Garro. Como salta a la vista, ninguno de los personajes señalados era miembro del Partido Comunista, pero casi todos eran miembros destacados de la “familia revolucionaria”.
En esas mismas declaraciones, Campus Lemus comentó el día 3 de octubre Esther Zuno de Echeverría ofreció su residencia un festejo con atole y tamales al CNH, en donde participaba su hijo Álvaro. ¿Cuál fue el motivo de este festejo? El hecho incuestionable es que los Juegos Olímpicos se llevaron a cabo sin ningún problema, y que Gustavo Díaz Ordaz logró concluir su periodo de gobierno; que la candidatura del doctor Martínez Manatou (por quien el grupo de la “familia” en el poder se inclinaba para suceder a Díaz Ordaz) se vino abajo, y en su lugar fue designado Luis Echeverría Álvarez.
Igualmente, es un hecho innegable que casi todos los líderes del CNH tuvieron puestos importantes en la administración presidencial de Echeverría (incluídos dos secretarios de Estado: Félix Barra García y Francisco Javier Alejo); y que a partir del movimiento del 68 la “familia revolucionaria” se fracturó de manera irreconciliable. Todo lo anterior permite suponer que el movimiento estudiantil de 1968 fue en realidad un movimiento político aplicado por el grupo de la “familia”, formado para manipular a los universitarios como “carne de cañón” tuvo el atesoramiento y el apoyo logístico de la Internacional Socialista, organismo con el cual Echeverría tenía más que buenas relaciones, lo cual quedó de manifiesto plenamente durante su mandato.

«Historia Política de México», Juan Louvier Calderón. Trillas. pp. 157-163.

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